sábado, 17 de marzo de 2012

III

Mi novio estaba sentado a mi lado. Nos encontrábamos en la orilla del Delta de Tigre, era la primera vez que compartíamos diez horas de andar, entre caminatas, compras, almuerzo y paz. Hablábamos mucho, de nosotros un poco, de nuestras vidas otro poco, del pasado, del presente y de un futuro que escribimos de a trazos.
Por momentos lo miraba estupefacta, porque si bien estamos juntos hace siete meses, desde la semana siguiente a conocernos, lo cierto es que nos conocemos poco o mucho en poco tiempo, y cuando descubro más sobre él, lo miro así, estupefacta.
Lo amo, eso siento. Siento un amor que me llena de vida y de miedo.
No sé porqué padezco esta incapacidad para disfrutar de lo que me pasa. Digo, soy una afortunada porque tengo a mi lado un hombre fantástico, que me ama y al que amo. Me acompaña a diario y me ayuda a crecer. Aún en mis peores momentos o sacando lo peor de mí, él se mantiene firme a mi lado.
Estábamos ya volviendo a la Capital Federal, camino a mi departamento, donde me dejaría para seguir a zona oeste, donde vive junto a su familia. En la medida que se acercaba el momento de la despedida me empezó a poblar una angustia que me inquietaba... poco entendía por qué sucedía.
Es sábado, él sale con sus amigos, me invitó pero preferí quedarme en casa, para no asfixiarlo y para respetar sus espacios. La verdad es que lo creo sano y necesario, los espacios son necesarios. También es cierto que yo hago lo que creo sano y creo necesario para nuestro bienestar pero, evidentemente esta angustia que me poblaba las venas y que ahora, cuando escribo siento, se debe justamente a ese miedo que me agobia aún cuando él es mi novio porque me elige.
Tengo miedo a que me deje, tengo miedo a que encuentre una mina mejor, más linda, más genial, más copada, menos conflictiva, sin problemas, con una familia normal, con quien pueda proyectar, quien sea como es él: despreocupado, fresco, sano, sencillamente feliz.
Vivo este miedo con la misma sensación que uno vivencia cuando lo dejan, cuando lo cambian, cuando es desplazado.
Soy una boluda pero no puedo lidear con esto.
El psiquiatra trata de socavar estos sentimientos que me producen angustia, desasosego, dolor de pecho, bruxismo, estrés... No sé por qué me siento incapaz de que él realmente me ame, de que él realmente me quiera, de que yo realmente sea la elegida.
A veces, o casi siempre, no sé cómo manejar la relación. No sé qué está bien, qué está mal, cuál es el comportamiento correcto, cuál no. Todas estas dudas me carcomen la cabeza y nada, ni los ansiolíticos recetados, me frenan.
Lo amo, eso siento.
Lo miraba esta tarde mientras caminábamos de la mano por el Tigre y sentía que estaba donde quería estar con quién quería. Él es el elegido. Él saca lo mejor de mí, me produce ganas de estar a su lado, ganas de trabajar, ganas de estudiar, ganas de vivir. Él se convirtió en el hombre con quien quiero compartir la vida, eso siento cuando lo miro, cuando lo beso, aún cuando dice pelotudeces o cosas a las que no adhiero. Somos tan diferentes, él no es espejo ni reflejo y eso me deslumbra porque somos agua y aceite, y es en ese antagonismo donde me doy cuenta que dejo de ser narcisista para hallar el amor en el complemento.
Estábamos sentados mirando los yates, los barcos y los veleros, había paz. Estábamos nosotros dos conociéndonos de verdad, y yo por dentro profesando lo que siento. Si hubo algo en lo que acerté, aún perdiendo cosas, fue en jugarme por él, puntapié inicial para lo que sería un "nosotros".

No hay comentarios:

Publicar un comentario